jueves, junio 01, 2006

UN CUENTO DE FIN DE SIGLO


EL EXITO DE LA PROXIMA NOVELA

Creo que fue en junio. El ultimo junio del siglo veinte. El mas largo y frió. La gente había desaparecido de las calles, los bares y los negocios para refugiarse en el calor de sus casas y las de sus amigos.
Por aquel entonces mis dos últimas novelas habían pasado por las librerías sin generar ni elogios ni repudios. En pocos meses me había convertido en un recuerdo de escritor, una sombrea a la que se cita en charlas y mesas de debate como si se tratase de un muerto sin tumba. La editorial me exigía mas y me pagaba cada vez menos. Apenas podía sostener mi modesta casa y la holgada vida de Rodríguez, mi gato.
Una repulsiva sensación de derrota había comenzado a carcomer mis pensamientos y dedicaba mis tardes a buscar inspiración en las mesas de los bares. Ese es mi método aunque más bien es una costumbre, una cabala en la que solo yo tengo fe. Creía que al observar a la gente, con sus gestos y sus rutinas, se despertaban en mi las tramas y los personajes que habitarían mis historias y mis libros. Lo cierto es que la mayor parte de las tardes solo perdía el tiempo.
Ni las tramas ni los personajes acudían a la cita. Me habían olvidado como el resto del mundo. Nadie me reconocía. Nadie me miraba. Comenzaba a creer que no existía. Los elogios del pasado, los rápidos autógrafos sobre la primer hoja en blanco de alguno de mis libros, eran los recuerdos opacos de una fama distante.
Podrá parecer una contradicción, pero en realidad no me importaba el anonimato, me atormentaba la idea de escribir para nadie. De leerme solo. De quedarme solo. Solo con mis mundos imaginarios llenos de seres fabulosos, héroes compasivos y mis amantes crueles.
Reflexionaba sobre esto una tarde en la que me hallaba tomando un aguado café en un bar del centro del cual no recuerdo el nombre.
Una tarde de tantas, me hallaba en un bar, del cual no recuerdo ni el nombre ni la dirección, desesperado tratando de hallar en los rostros que me rodeaban la inspiración de una historia cuando un extraño hombre me abordó.
El desconocido se sentó decidido frente a mi, en silencio. Su atuendo era extraño era una especie de mameluco. Sus facciones estaban desencajadas como si lo aquejara una influenza o una gran falta de sueño. En su mirada esquiva se adivinaba un sentimiento de fuga. Sin pronunciar palabra dejó una carta sobre la mesa y salió del bar con el mismo misterio con el que había entrado.
Puedo recordar que en la mirada de aquel hombre se ocultaba en el miedo y la desesperación de aquellos que son perseguidos.
Tomé la carta con desprecio y salí del bar. Estaba demasiado derrotado para darle importancia o trascendencia al hecho. Supuse que aquel hombre me habría confundido con otro o tal vez era un viejo lector que solo quería expresarme su admiración. Realmente quería que esto fuese cierto.
Olvidé la carta entre unos papeles. Sorprendí a Rodríguez husmeando el sobre. Lo aparté y noté que esta dirigido a mí, que la dirección impresa era la dirección del bar en donde había pasado la tarde. Es inútil, aun no recuerdo el nombre. Abrí la enigmática correspondencia:

Buenos Aires, 19 de agosto del 2015

Estimado Sr. Ocampo:

Espero que mi mensajero haya dado con usted a tiempo
- creí que todo era una broma -
he gastado mis últimos ahorros en pagar sus servicios. Supongo que a estas alturas estará pensando que la fecha, mi razón de escribir y toda esta carta son parte de una cruel broma. Se que se siente derrotado y fatigado pero confío en que mi historia le devuelva los deseos de escribir y la esquiva inspiración.
- una mueca de fugaz felicidad surcó mi rostro -
Se sorprenderá, conozco sus fantasías. El joven de la carta llego desde el otro lado del tiempo. Viajó desde futuro. No le daré mas detallas. No pretendo arruinar la sorpresa de tan magnifico invento. Además no es necesario. Tampoco imprescindible. El tiempo se me agota.
El objeto de mi carta es relatar los sucesos que me llevaron a la cárcel; a mí y a otros 300.000.000 de seres humanos. Confinado aquí aguardo, como los otros, el sorteo diario que me deposite en las fauces de la muerte.
- sentí una repentina pena -
Todo comenzó en abril de 1999. El último abril del milenio. Eran tiempos de cambio. Ideologías muertas. Leyes invisibles. Desaparecidos democráticos. Contaminación. Traición y muerte. Como si el destino estuviese en manos de la humanidad, muchos hombres, alrededor del mundo, quisieron firmar una aparente bien intencionada campaña. Una genial convocatoria para detener el abuso ecológico en el planeta: Firmando crearíamos una nueva legislación encargada de vigilar la salud de la tierra. Una policía ecológica.
400.000.000 personas firmamos.
- se me hizo un nudo en el estómago -
Lo que no supimos entonces fue que una sociedad secreta estaba detrás de aquella benéfica cruzada. La sociedad recogió las firmas. Procesó los números de documentos, que las acompañaban y proyectó las edades estimadas de los firmantes para el año 2010. Un 75 % de los adherentes fuimos catalogados como improductivos para aquella fecha que parecía tan lejana.
Los improductivos, los futuros viejos, las futuras cargas de la sociedad, solo producirían pérdidas y grosor demográfico. La sociedad secreta, la S.S. moderna, había planificado nuestra eliminación para ceder su lugar a las generaciones futuras.
- estaba sin aliento de pronto sentía que alguien me había regalado una magnífica idea, digna de ser escrita -
Sé que desafío sus límites de credulidad. Sé que está demasiado deprimido para darle importancia a esta carta. Sé que Rodríguez, su gato, la olfateará curioso. Se que ahora cree que todo esto es parte de una historia fantástica; pero, créame, todo es verdad. Y ahora mi futuro, el de todos, depende de que cuente esta ficción. Depende del éxito de su próxima novela.
A.L. Ocampo
Ese es mi nombre.

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