martes, septiembre 22, 2009



Salió del local de la calle Guemez, con una extraña expresión de satisfacción en el rostro, propia de un triunfo en el casino o la adquisición de un premio, mas que de haber logrado conseguir el cuchillo de hoja larga que llevaba envuelto en una bolsa de regalo.
Es cierto que debió conseguir un bisturí, era mas propicio hasta más fino, pero la necesidad es la madre de las respuestas rápidas y “la cosa” ya no podía resistir mas retrasos.
De pie en el living de su casa, a oscuras, contemplo el hipnótico fulgor de la hoja de acero obviando la grotesca marca impresa en el borde del mando, “La Fruta” decía y le revolvía el estomago sublimar a tamaña indignidad el mas precioso de sus actos.
Decidió conservar el ayuno por tres noches hasta decidir el momento en que “La cosa” fuese llevada a cabo. Pero el cuerpo es mas débil que la voluntad y termino aquella noche en una pizzería del centro tirando por la borda el ayuno pero no “La Cosa”.
Pensando en las estrechas calles de Londres del 1880 se encamino hacia Barrio Norte. Apretó la delgada hoja imaginando como habrían sido aquellos parajes. El olor acre del Tamesis, el hollín de la era industrial naciendo fuera de control y el repiqueteo constante de los pasos de las prostitutas en busca de clientes.
Sonrío con placer, ahí era donde le tocaba entrar. En la representación del infame criminal del East End, con la noche como manto y el anonimato como aliado. Jack el destripador, era su papel, el rol principal en una serie de crímenes, planeados, que lo convertirían en la re encarnación del mal.
Caminaba lentamente pensando en como habría de gozar, no solo con “La Cosa” sino con el juego que entablaría con las autoridades. Una persecución de la que se sabía triunfador ocupaba sus fantasías como un almíbar tangible que le embriagaba la garganta.
Vio a la mujer a lo lejos. Era un poco más exuberante de lo que había soñado pero de todas formas, bella, esbelta. Un exponente perfecto de las mujeres de “vida fácil” que serian su manjar.
Se acerco sigiloso tratando de espantarla levemente, pero no lo consiguió. Quizás la rutina de la noche habían aguzado los sentidos de la joven pero nada la prepararía para “La cosa”. Combinaron un precio y con confianza desmedida sugirió un parque cercano para completar la transacción carnal.
Con un mohín de superioridad siguió las abundantes caderas hasta un banco medio carcomido por la humedad que serviría las veces de cama y de tumba, pensó.
La joven se sentó con cansancio y se quito la blusa con soltura mientras extendía la mano hacia su cinturón con habilidad.
Cerró los ojos y mecánicamente tomo el cuchillo de su bolsillo saboreando “La cosa” a l alcance de la mano. Pero mientras el corazón se le aceleraba y la respiración se le a trancaba en los labios la joven fue capaz de ver el brillo de la hoja y con un certero uppercut de izquierda le partió la mandíbula al grito de “Que te crees boludo” en un tono grave y masculino que le hicieron temblar las rodillas.
Humillado y adolorido se quedo tirado en la plaza pensando en la ironía de querer re encarnar un asesino y terminar fracturado por un travesti.

Tanto tiempo...


Basta de araganear a ponerse a laburar!