domingo, julio 30, 2006

Homenaje



UN FINAL FELIZ

(Tributo a Truman Capote)

Escena. Un bar a las afueras de Los Ángeles, un tanto obscuro, nublado por las tinieblas de los cigarrillos nocturnos y los vapores, invisibles, de las bebidas de cuerpo voluptuoso como el whisky y el ruhm. Pasa de la medianoche, llueve copiosa y fríamente; las gotas parecen agujas hipodérmicas que se clavan en las venas del asfalto. Apenas hay tres clientes, cuyos ojos apagados de borrachera son faroles que iluminan la nada.
Tengo los codos apoyados sobre la barra, ya, no hay más trabajo y mis piernas lo agradecen. Dejé la bandeja en su lugar y terminé las pocas paginas que me quedaban de “Desayuno en Tiffanny´s”. Por unos minutos sentí deseos de dejarlo todo, ser como Holly Holightly, la protagonista del libro, una mujer cuyo oficio es el de ser viajera; Pero solo soy una mesera de medio tiempo, sin dinero y con un futuro, demasiado incierto.
Luego recordé el final de la novela: Holly, engañada y perseguida, abandona a sus amigos habiendo sido presa de su estándar de vida. Siempre quiso ser la esposa importante de alguien y sólo logro ser recordada por alguien, que tal vez, la amó. Suspiré y reconocí que no quería terminar de esa forma, tan solo queria poseer la misma entereza y el mismo carácter, para algún día dejar mi trabajo mediocre y salir al mundo. “Sueños”, dije con sarcasmo y continué mirando, como los borrachos, la nada.
La puerta se abrió dejando entrar la helada brisa del exterior, que olía a pecera sucia y olvido. Una mujer de anteojos negros entró algo apresurada y se sentó en una de las mesas del fondo. Se quitó las gafas, ocultando su rostro expuesto, en las sombras fantasmales del bar.
Con desgano, me acerqué a preguntarle si deseaba tomar algo. Sus ojos azules eran melancólicos como los de los desterrados, sus gestos cargaban con la congoja de los funerales. Creo que intuyó mi descubrimiento, bajó la vista balbuceando que sólo tomaría un café negro.
Preparé la taza con cuidado, observando sus movimientos en las sombras; había encendido un cigarrillo rubio, con la vista fija en la puerta. Su cabello era fino, delicado, de un rojo-fuego brillante como el oro puro de las joyas antiguas. Sus dedos tamborileaban impacientes el mantel champagne y la mesa.
Cuando vio que me acercaba con la taza volvió a colocarse las gafas, -Doble -dije- cortesía de la casa. Agradeció con una sonrisa efímera y teatral.
Volví a la barra y abrí nuevamente el libro que había terminado, para simular una lectura y así poder observarla. Con nerviosismo, arrojó una pizca de azúcar y revolvió furiosamente el humeante café con los ojos clavados en la entrada. Esperaba a alguien, era indudable.
Uno de los borrachos se puso de pie, entre mareos y maldiciones. Tomó el último trago con ira para luego caminar tambaleante hacia la salida, sin decidir si salir o desmayarse. Se infundió coraje como un gladiador romano y abrió la puerta de par en par, acomodó su saco y salió a la líquida intemperie de la lluvia. La hoja había comenzado a cerrarse, en su chillido marchito, cuando las manos de un hombre le impidieron continuar su letanía.
Miré a la mujer, en las sombras, pues el persistente sonido de sus dedos al tamborillear la mesa se había detenido. Era a él a quien esperaba. Bajo la débil luz de la entrada, distinguí sus rasgos; Alto, delgado, de ojos oscuros y profundos, también en él se percibía una tristeza absoluta.
Miró hacia los lados, antes de sentarse frente a ella; ambos sonrieron con la candidez de los un niños al cometer travesuras y luego se tomaron de las manos.
Me aferré a las tapas delgadas del libro, como los náufragos a un salvavidas en medio de la tempestad, y los observé sin culpa ni decoro.
A simple vista parecían amarse mas allá de la comprensión y ese cariño desmedido era una virtud envidiable. Luego comenzaron a batallar con palabras, como enemigos irreconciliables. No pude descifrar la discusión pero algo entre ellos estaba quebrándose como el cielo gris en el exterior. Ella lloró y negó, él bajo la cabeza mientras hacía girar una alianza de oro que se ceñía a su dedo anular, como la cadena a un preso lo liga con su condena y su destino.
Quiso detenerla, sus ojos, sus manos y sus palabras se desesperaron por hacerlo, pero no pudo. Ella secó sus lágrimas con amargura y salió del bar. Pude verla a través de la ventana, estaba de pie dejando que la lluvia se uniese con su llanto. Al volver la vista lo vi junto a la puerta, dibujando con los dedos la figura de la mujer sobre el cristal empañado. También estaba llorando cuando salió, no tuvo que llamarla para que ella se volviese.
Se miraron, tal vez sonrieron; luego sus cuerpos se mezclaron en una abrazo eterno como el conjuro de los besos que compartieron ante la mirada de la noche deshecha de lluvia. El tiempo se detuvo para retenerlos como una postal instantánea de felicidad. También se paralizó el humo de los cigarrillos, el hálito de los borrachos del bar, el tránsito en la calle y la bruma de la tormenta. La visión de aquellos amantes irradiaba una felicidad trágica, una sensualidad secreta, una especie de magia, escapada de los sueños o de los cuentos de hadas a la hora de dormir.
La lluvia se detuvo, cuando caminaron por el bulevar y fueron engullidos por la solemnidad de la noche. No volví a saber de ellos pero, junto a la propina, él había dejado el anillo. Tal vez ahora sean felices.
La madrugada estaba desapareciendo con las primeras luces del amanecer; decidí dejar el bar y descubrir el mundo, como Holly Holightly. Era hora de ocupar mis noches en otra cosa que no fuese escuchar relatos amargos de infidelidades y desengaños. Escribir quizás.
Empecé por esta historia; ya habrá tiempo para finales tristes cuando el dinero no alcance a fin de mes.

jueves, julio 27, 2006

Contame un cuento...

Durante mucho tiempo deambule por ahí con un puñado de cuentos con los que no sabía muy bien que hacer. Los registre y los guarde. Como nadie escribe para que no lo lean, el blog es magnifico para publicarlos y quizás, algún día, se vuelvan guiones y así imágenes.



EL HOMBRECILLO DE LOS TRATOS


Muy pocas veces he ido al campo. En realidad no me gusta. No mas bien, me aterra. Dos hechos trascendentes han reafirmado y me han hecho profiar en mi actitud.
El primero ocurrió, cuando tenia apenas diez años y había ido con mis abuelos a Azul, un pequeño pueblo entre Buenos Aires y Bahía Blanca. Volvíamos del monte en medio de la noche y mi tío, en un arrebato aventurero decidió dejarnos en el auto para pescar en un arroyo que, apenas, había escuchado a lo lejos.
Mire a mi alrededor, mi tía, mi abuela y mi hermano sonreían con desdén y en la penumbra impenetrable comenzaron a hablar mientras hacían deambular el mate en la ronda que conformábamos.
Me arrellane en el asiento y trate de no pensar en los aullidos, las luces y los gritos que sorteaban la oscuridad en dirección al auto. Pero el temor fue en aumento; no veía mis manos, ni a mis acompañantes y el ardor del terror comenzaba a subir por mi garganta mientras unas lágrimas de cobardía se desprendían de mis ojos.
Tome aire y salí a la ruta. Llame a mi tío, intentando que los sonidos dispersos en la negrura de la llanura hecha noche, no me afectasen.
Al cabo de unos minutos, mi tío con la caña en mano, apareció entre los arbustos, refunfuñando que cuando a los hijos de la ciudad se los saca de debajo de las luces de las avenidas, se transforman en cobardes llorones que suplican civilización.
Esa no fue la ultima vez que estuve en el campo. Hace tres semanas volví de Misiones con el firme propósito de jamas volver a pisar, ni campo llano, ni selva, ni bosque, ni desierto o sabana.
Lo sé, les parece ridículo que sacrifique la belleza de la naturaleza por la existencia y la presencia, del orden y el amparo de las ciudades. Pero soy una persona reprochable, en varios aspectos, aun más graves que este. En fin me ha tomado cincuenta años aprender a soportarme, no espero que ustedes lo hagan ahora.
Hace tres semanas recibí el llamado de un baquiano que decía ser el arrendador de un campo que Aníbal Alvarez, un amigo de la infancia tenia en Misiones. Me pedía, me suplicaba, que viajase pues había ocurrido un accidente muy grave.
Anibal Alvarez, había sido mi compañero en el normal 12. Entonces, era un joven dinámico con una fuerte inclinación a los cálculos y las matemáticas y por ende era un sujeto que se creía capaz de cualquier empresa. Desde escribir una novela hasta reparar un auto, pasando por la maestría al jugar ajedrez y tocar el piano. Esta especia de personalidad avasallante y emprendedora seria su marca personal a través de los años.
Recuerdo que en una oportunidad llego a comentarme que en las clases de álgebra que dictaba en la facultad, debía interrumpir con frecuencia los temas abrumado por los aplausos que los alumnos le prodigaban a su fabulosa capacidad de enseñar. Siempre pense que aquella anegdota fue una experiencia que exagero para impresionarme.
Nunca fuimos íntimos, por su arrogancia y su autoritarismo disimulado, pero algún capricho del destino nos volvió inseparables amigos, de esos que se toleran en vez de amarce.
Cuando llegue a Misiones, mas precisamente a la estancia “La Modesta”, me presente con el capataz, haciendo a un lado mis deseos de preguntarle si el antiguo propietario era un hombre sarcástico, por tan increíble ingenio a la hora de elegir el nombre del establecimiento como un antónimo perfecto para el carácter de mi amigo.
El capataz me indicó una habitación y mientras acomodaba el equipaje me observo con desconfianza. Le pregunte si ocurría algo y respondió que no, pero que debía darme prisa para poder visitar a Anibal.
Juro que jamas he visto a mi amigo en las condiciones en que lo vi aquella noche. Con la mirada sobresaltada de terror y una colección de golpes morados desparramados por el rostro y los brazos. Sus dedos temblorosos sostenían un cigarrillo y sus piernas impulsaban una caminata constante que provocaba una incomodidad reprochable.
Le pedí que se detuviera, mas de quince veces, pero de sus labios solo se desprendía un susurro débil, “Pombero – Pombero – Pombero”, una y otra vez como una plegaria desesperada.
Me volví hacia el capataz – Que le ha ocurrido? – le pregunte y este mirando el piso y con una vergüenza palpable me respondió que seria mejor que tomara un trago mientras me relataba los sucesos que habían llevado a mi amigo al paroxismo.
El whisky nunca me agrado demasiado, es una bebida fuerte casi picante pero provoca un ardor delicioso en el fondo de la garganta.
- Bueno va a contarme que ocurrió, o no? – dije al capataz, ocultando una carraspera incomoda producto de la bebida.
El hombre se sentó frente a mí y con la mirada oculta en sus manos me pregunto si conocía la leyenda del Pombero.
Le respondí que no y espere a que desgranara lo que pensaba seria una invención insensata.
- Hace tres noches – empezó – su amigo salió a cazar le dije que por nada del mundo, si escuchaba un silbido, lo respondiese. Se rió y me llamo supersticioso. Pero escucho el silbido, lo sé, a lo mejor cuando estaba en medio de un claro y sin pensarlo, lo respondió con otro resoplido largo y agudo. Entonces se le debe haber presentado el Pombero. Seguro le pidió un trago y unos cigarros y al ver que el Sr. Anibal no los tenia le propino una paliza.
- Tonterías – dije – esas son historia fantásticas, leyendas improbables.
- Eso piensa usted, pero existe, yo lo he visto con mis propios ojos - hizo una pausa – le he pedido algunos favores y créame es un tipo de cumplir.
- Por favor, esta tratándome de estúpido, va a decirme que ese Pombero, o como se llame es un genio.
- No, hace buenos tratos – encendió un cigarrillo y sonrío con malicia – quiere verlo?
Me quede observando sus gestos seguros y un helado escozor recorrió mi espalda. Respondí que si, desafiando mi propio recelo.
El capataz abrió una de las gavetas del bar y saco una botella de whisky sin abrir y del aparador de la cocina se llevó un atado de cigarrillos rubios. Luego se dirigio hasta la habitación de Anibal y la cerro con llave – Precaución – dijo.
Caminamos hasta el corral observando como la lluvia se arremolinaba en el horizonte.
- Ahora solo tenemos que esperar – dijo sentándose sobre un tronco seco.
Al cabo de un par de horas y cuando la lluvia ya estaba cayendo sobre nosotros, se escucharon tres silbidos cortos, profundos y lejanos. El capataz sonrío y poniéndose de pie respondió el llamado con un soplido grave y fuerte.
Por el recodo del camino una silueta contrahecha y pequeña se aproximaba.
Cuando finalmente la figura diminuta se paro frente a nosotros tuve la sensación de estar teniendo una pesadilla. El Pombero, como lo llamo mi amigo y el arrendador de su estancia, era un hombrecillo enano con los pies en dirección opuesta al cuerpo, con orejas puntiagudas y vello profuso en todo el cuerpo.
- Le traje estos regalos para que si puede, proteja a aquel arbolito del temporal – dijo el capataz señalando una débil yerba mate que bordeaba el camino.
El Pombero asintió dejando que el brillo de sus ojos profundos e insanos, nos encandilara. Luego escuchamos los gritos desesperados de Anibal que aferrado en la ventana como un animal salvaje, nos suplicaba que matáramos a al Pombero.
Cuando quise observar nuevamente al hombrecillo este había desaparecido tras la lluvia al igual que el capataz, al que encontré, luego, en la cocina preparando unos mates amargos.
En algún momento me quede dormido y al despertar aquella mañana encontré a mi amigo sentado a la mesa, devorando un suculento desayuno y sorprendiéndose de mi visita inesperada. No recordó jamas al Pombero y tampoco pudo explicarse mis “no puede ser” exagerados, al encontrar al débil arbusto de yerba mate, intacto, entre las ruinas que dejo el temporal.
Esa fue la ultima vez que estuve en el campo.

domingo, julio 16, 2006

HOTEL PURGATORIO


Cuando uno conoce a alguien se fija en los pequeños detalles. La pulcritud en el vestir, la forma elegante de tomar los cigarrillos suaves, el cabello gris finamente peinado y la sonrisa siempre al borde de cada frase. Ese es el recuerdo que tengo de Alberto Migré, como una foto con movimiento que se compone no solo de imágenes sino de la precisión de sus palabras, de sus críticas y sugerencias.
Lo conocí muy poco fue coordinador de una serie de Radioteatros que hicimos en el ISER como parte de la programación de la Fm de Radio Nacional. Solo salio al aire el que les dejo a disposición y otro sobre vampiros que nunca pude recuperar.
Fue una experiencia imborrable, el mejor consejo que me dio Migre en aquel momento fue agregar un narrador a la historia, y pese a que al principio me pareció una idea “fuera de tiempo” al final le agrego un delgado hilo conductor a modo de columna vertebral del relato. Era un maestro. Nunca me van a alcanzar los días para agradecer las horas que cedió a estar con un grupo de desconocidos con los cuales compartía el gusto por escribir. Se fue pronto y mereció más oportunidades en esta televisión del minuto a minuto.
Todos le fuimos injustos al hombre “que detuvo el país” con ROLANDO RIVAS TAXISTA. Un verdadero maestro.

Como parte de un homenaje dejo el link del radioteatro que escribi y que Migré coordino y dirigio: HOTEL PURGATORIO

http://www.sendspace.com/file/hn53uc

sábado, julio 08, 2006

ESA MAGIA



Muchas veces se habla de la “magia de la radio” pero solo es una frase sin sentido, una especie de adjetivo que lleva consigo el medio pero que muy pocos llegan a entender. “Esa magia” nos remite a esas anécdotas, anteriores a la televisión, esas que hablan de familias sentadas frente a la radio imaginando los rostros y las situaciones de sus radioteatros favoritos o de aquellos programas de concurso que pegaban a la audiencia en sus asientos.
Por ahí también te vienen a la mente las escenas de DIAS DE RADIO, de Woddy Allen, una pieza precisa y emotiva, que pese a relatar la relación del pueblo americano con el radiotransmisor logra retratar esa “magia”.
Personalmente me identificaba mas con esa radio PostModerna, que ahora ya es clásico, como RADIO BANGOK, o LA NEGRA VERNACI o LALO MIR. Pero por razones azarosas me vi participando de radioteatros “como los de antes” y descubrí “esa magia”. Un velo invisible que destraba a imaginación y los sentidos, es una especie de puente entre lo que se escribe, lo que se actúa en la cabina y la imaginación del que escucha.
Esa primera experiencia fue Barrel, una suerte de detective de los años cincuenta, con mucho pasado y demasiada conciencia. Nunca fue grabado pero espero que aun se aprecie su espíritu.

Crímenes y culpables

Apertura
La vida se esta volviendo difícil. Las calles, peligrosas. La economía aplasta. La esperanza es un recuerdo. Los días cada vez son mas cortos y las noches más negras. La gente huye a otras latitudes. Este lugar se esta quebrando y de cada parte queda un relato aislado. Pero alguien los ve, un periodista los une y los trae hasta nosotros. Entre tanta radio para oír, llego un programa para escuchar. Él es Juan Barrel. Esta es la ciudad de las 1000 historias.

Viene música -

JB (hablando para si): Lluvia, mas lluvia (pausa) ya hace una semana que llueve sin parar, parece que agua es lo que tenemos en abundancia en esta ciudad.

Suena el teléfono

JB (Molesto): No pienso atender (chasque los dedos llamando al gato) veni Fidel, dale loco, déjate acariciar, alguna vez por lo menos.

El teléfono pasa al contestador y se escucha la vos de Torres desde la maquina.

Torres (desesperado fumando): Juan! (pausa para fumar) Juan!, atendeme viejo es urgente

JB (sonriendo entre dientes): Siempre es urgente con vos

Torres: Juan, Álvarez esta muerto (pausa para fumar) necesito verte (pausa) en el bar de siempre, por favor, necesito que me des una mano (pausa para fumar) te espero (pausa) en una hora.

JB: ¿Álvarez muerto?

Ruido de llaves y pasos – Entra Dulce y saluda a Juan con un beso

Dulce (cansada): Hola amor

JB (levantándose): ¿Todo bien?

Dulce (con algo de bronca): Si, mojada pero bien, pero que haces, ¿Te vas?

JB: Voy a ver a Torres

Dulce: El editor de esa revista de fantasmas para la que hiciste la nota de villa del parque

JB: El prefiere llamarla semanario paranormal

Dulce: ¿Pero te vas con esta lluvia?

JB (resignado): No me queda otra, Álvarez su mejor amigo se murió y quiere que le de una mano

Dulce (triste): Estas mas ocupado que cuando laburabas

JB: Te prometo que vuelvo temprano (pausa – la besa) Cuida a Fidel

Dulce: El se cuida solo

Pasos de Juan – Sale

Dulce (cuando Juan no esta): Como vos

Corte Sonido de calle y lluvia – Sonido de Puerta del bar – Sonido del bar interior

Torres (desde el fondo): Juan!

Sonido de mesa y silla

Torres: Gracias por venir, viejo

JB: Que cara flaco! (pausa incomodo) pero que boludo que soy, mas vale que vas a estar así, con lo de Álvarez como vas a estar

Torres (nervioso encendiendo un cigarrillo): Si (pausa-fuma), con lo de Álvarez (pausa – fuma) para eso te llame, para que me des una mano con eso...

JB (cortándolo): Mas vale, contame que paso, con eso de los tramites no te preocupes, eso si, de guita ni hablar, pero con lo demás no te hagas drama...

Torres (interrumpiéndolo): Álvarez esta enterrado en Chacarita (pausa – fuma)
Hace tres días

JB (Confundido): No entiendo...

Torres (nervioso): Mejor te cuento...

Corte a recuerdo – Música

Álvarez (entusiasmado): Flaco , ¿Y si es verdad?

Torres: Negro, nunca es verdad, nosotros lo publicamos cosas así, pero son cuantos, el coreano seguro te esta verceando...

Álvarez (interrumpiéndolo): No, fue su hija la que murió, entendes, no puede mentir sobre eso...

Torres (escéptico): ¿Y que te dijo?

Álvarez (entusiasmado): Que la piba, Mion, creo que se llamaba, fue a entregar un pedido a lo de un tal capitán Suárez, un viejo raro, que en el barrio sospechan que es medio diabólico, le dicen el chupa sangre, porque dicen que los gatos aparecen muertos en su jardín con la garganta destrozada...

Torres (medio irónico): Como drácula...

Álvarez: Algo así, la cosa es que la piba apareció a los dos días en un baldío de Lugano con la garganta destrozada y sin sangre en el cuerpo...

Torres (cortándolo, mas interesado): ¿Y la policía que dijo?

Álvarez: Que van a decir, que fue un perro, un animal grande, nada.

Torres: ¿Y vos queres ir a lo del viejo?

Álvarez: Si, investigarlo, sacarle una nota, preguntarle algo, puede ser un noton

Torres (resignado): Dale, anda, yo tengo para un rato con la compaginación, después me llamas y me contas como te fue...

Álvarez: Bueno, me llevo tu cámara digital (Pausa) no me mires asi, la voy a cuidar, ya se que no esta paga todavía

Corte vuelve el relato al presente – música

Torres (apesadumbrado): Tendría que haber ido con él...

JB: ¿Qué paso?

Torres: La noche siguiente el cuerpo de Álvarez apareció en una ruta camino a La Plata, estaba igual que la piba coreana...
JB: ¿Crees que fue el viejo?

Torres (seguro): No creo, fue él...

Ruido de papeles sobre la mesa

Torres: Mira, estas son las fotos que había en la cámara de Álvarez, ¿Qué ves?

JB: Retratos de un viejito inofensivo...

Torres (cortándolo): Ese es el capitán Suárez, un amigo que tengo en la marina me averiguo algo

Mas ruido de papeles

Torres: El capita Suárez murió en 1915, acá tengo el certificado de defunción y la foto de la condecoración de honores que recibió en 1914

JB (confundido): Son iguales, es un error, una coincidencia

Torres: Ni una ni otra, es el mismo tipo...

Corte – música

Ruido de lluvia y forcejeo de una puerta

JB: No puedo creer que este haciendo esto (pausa calma el frio) si nos pescan entrando a esta casa, a plena luz del día, nos van a meter en cana noi se por cuanto...

Torres (forcejeando): Nadie va a saber nada

Puerta que se abre

JB (entrando): No se como me convenciste

Torres: No te convencí, viniste por curiosidad

Pasos de ambos en la casa vacía

Torres: ¿En donde estará ese hijo de puta?

JB: No se, el que sabe sos vos, ¿Dónde dormía Drácula?

Torres (algo molesto): En un ataúd enclavado en tierra de Transilavia...

JB: Justo lo que pensaba

Caminan

JB: Mira esto (levanta algo de una mesa), esta es la letra de Alvarez..

Torres (Arrebatándole el bloq): Es su libreta de notas (pausa), El negro estuvo acá entendes, esta es la prueba (pausa – mira el reloj) dale, apuremos que faltan quince minutos para que anochezca (pausa) yo voy a subir

JB: Yo voy a ver en el fondo

Torres: Toma, llévate esto

JB (con estupor): ¿De donde sacaste ese fierro?

Torres: Eso no te importa llévalo, si lo ves lo asustas, yo tengo esto

JB: Un palo de madera

Torres: Una estaca

Ruido de escalera – Ruido de exterior lluvioso

JB: Parece que este tipo hace 87 años que no corta el pasto

Ruido de lluvia se acentúa

JB (protesta): Que mierda!

Grito desgarrador

JB: Torres!

Corte – música

JB: Toma esta ginebra, dale hasta el fondo...

Torres (tragando): Gracias

JB: Tendría que decirte como pudiste, pero ni siquiera se que hiciste

Torres: Lo mate, ya te lo dije...

JB: No te creo

Torres: Lo mate Juan (pausa) le clave la estaca en el pecho, el perro me miro a los ojos antes de morirse, y grito la basura, pero lo mate...

JB (calmándolo): No, alucinaste cuando te encontré estabas arrodillado sobre una cama y sostenías ese palo con las dos manos...

Torres (cortándolo): No entendes nada, el tipo era un vampiro, se deshizo

JB: Estas loco flaco, estas sacado, sin dormir, perdiste un amigo y nos metimos en una casa vacía (pausa) los vampiros no existen

Corte – música

Ruido de maquina de escribir

JB (escribiendo): Abraham Stoker escribo drácula en 1897, inspirado en las leyendas del este europeo acerca de mounstros chupa sangre.
Los vampiros recorren la literatura y el cine, como seres sedientos, seductores, habitantes inmortales de tierras inciertas, figuras mitológicas, etéreas pesadillas, inexistentes fantasías que atrapan a crédulos incautos.

Incautos como Álvarez y Torres, editores cándidos de un pasquín de ocultismo.

Esta seria la nota de Álvarez, si viviese, seria la tapa de Torres, pero él también esta muerto. Lo encontraron anoche en su oficina, con la garganta destrozada y sin sangre en el cuerpo.

Dice la policía que con un resto de fuerza escribió, Álvarez en el piso, con sangre, con la suya propia.

Álvarez y Torres están muertos. Y yo me siento culpable de no creer en vampiros.

Corte final - música