miércoles, septiembre 27, 2006

85: Ya no es solamente un número




Hace unas semanas miraba la televisión y pensaba en los autores de MONTECRISTO, en los actores, en el cuerpo técnico, pensaba si llegaban a darse cuenta que estaban haciendo historia. No importa si ganan premios o si venden el formato, lo que hacen cada noche para provocarnos la “arcada del pasado” y la resaca indefinida de la memoria.
Entonces leí como Marcos, el nieto numero 85, se relajo mirando tele mientras esperaba sus exámenes de ADN, y mientras corrían las escenas de MONTECRISTO, cuando estaban en la cede de abuelas se vio a si mismo en una de las fotos y se reconoció.
Esa es la clave del éxito de esta novela, mas allá del raiting, cada noche conjura un golem de de carne y hueso, armado con la sangre, la memoria y nuestra mas terrible historia.

viernes, septiembre 15, 2006

El amanecer de la venganza: LA MEMORIA


A un día de cumplirse treinta años de la NOCHE DE LOS LAPICES

Es la telenovela más exitosa del momento. Todas las noches logra un promedio de 28 puntos de raiting. Es una historia de amor pero también es un reflejo de la historia argentina de los últimos treinta años.


Federico vive en capital y esta rozando los treinta años, es trompetista de una banda de jazz y después de unas cervezas para festejar el cumpleaños de su novia admite que no se pierde ni un solo capitulo de MONTECRISTO y la charla pronto deriva en la política, por valorar el talento y la valentía de volver sobre “los desaparecidos” cuando todavía la herida sangra.
En un shopping del norte de la provincia de Buenos Aires, una señora de cincuenta pasados, que desea aparentar al menos cuarenta, asegura ser fanática de la novela mientras mecha en la conversación el malestar que le provoca la baja en las jubilaciones a los miembros de las Fuerzas Armadas que afecta directamente a su padre.
Dos visiones que convergen cada noche alrededor de las diez y media para ver como un hombre traicionado, que lo perdió todo trata de recuperar su vida por medio de la venganza. Por que durante diez años en prisión aprendió que la justicia es solo uno de los muchos atributos del poder.
Dos visiones que son dos Argentinas, la memoria y el olvido, mezclados en una ficción que los une como lo haría el forjado de una moneda compleja parecida al “Zahir” de Borges, esa que solo al ser vista una vez se vuelve una pesadilla para la mente, una condena en el recuerdo.
La historia original, el folletín de Alejandro Dumas de más de ciento sesenta años de antigüedad contiene la vigencia del amor, la traición, la venganza y la justicia. Pero el fuerte contenido político del original obligo a los autores de este MONTECRISTO del siglo veintiuno a tratar de recrear ese microclima post napoleónico con la misma intensidad que la de su predecesor.
Indagaron la historia reciente en donde la corrupción, las crisis económicas y sociales no parecían alcanzar al horror, el dolor y, para algunos, la controversia que emanan de los años oscuros de la última dictadura militar.
La ficción combina la estructura del folletín con un repaso quirúrgico de los últimos treinta años de historia. Santiago Díaz Herrera (Pablo Echarri) es, a principio de los años noventa un joven abogado orgulloso de su padre que en plena época de los indultos planea reabrir la causa de la desaparición de un sindicalista de apellido Lozano.
La causa involucra el pasado del padre del mejor amigo de Santiago, Alberto Lombardo (Oscar Ferreiro) que asistió el parto de una joven detenida en Campo de Mayo y cuya hija fue apropiada por su captor, “El capitán me la prometió” dice Lisandro (Roberto Carnagui) regodeándose en la impunidad del robo.
Los últimos treinta años de historia pasan ante nuestros ojos a través del delicado prisma de la ficción forjado por la pluma de Marcelo Caamaño y Adriana Lorenzom.
El Proceso de Reorganización Nacional es el pasado cargado de dolor para Victoria (Viviana Saccone) y de dudas para Laura (Paola Krum). Mujeres que representan, respectivamente, el presente y el pasado del personaje de Santiago. Los tres atrapados en ese limbo del tiempo son victimas de los designios de la familia Lombardo.
Los Lombardo personifican ese sector de la sociedad que siempre se beneficia de la cercanía del poder. Asistió con colaboración durante la dictadura, luego utilizo esos “contactos” para armar una red de lealtades dentro de la justicia y la política. Por momentos suelen parecerse a esos empresarios, de trágico destino, que durante el menemismo trataban de ostentar el lujo y las silicotas de sus jóvenes amantes.
Pero algo hace intuir que la trama habrá de ligar a Lombardo Padre a una estructura de poder más antigua, quizas con conexiones que devengan del oro nazi. Pero eso es tan solo una suposición que el tiempo se encargara de refutar o afirmar.
El aporte artístico de la novela es innegable, recupera un clásico con los atributos técnicos y narrativos de la televisión moderna. Planos cerrados; enmarcados detrás de siluetas y sombras, un estilo musical propio que persiste aun en las versiones vendidas al exterior, diálogos profundos que no dejan de privarse de monólogos sustanciosos y sentimentales.
Sin embargo, esta historia de venganza, que mezcla el melodrama y el policial, maneja un don mucho más preciado y precioso: La memoria. La venganza esta en manos del recuerdo, por los que ya no están, por los que perdieron la identidad y la vida, por aquellos explotados y condenados por un sistema perverso al que solo le interesa el dinero y la acumulación de poder.
Treinta puntos de raiting están empezando a armar una “conciencia” colectiva. Aparecen las Abuelas de Plaza de Mayo, la búsqueda, las lagrimas secas que pertenecen a los que se no están.
Se dibuja, entre escenas, la memoria de la generación robada y aparecen los Libros de Rodolfo Walsh y la magistral semejanza de la historia de su nieta con la de Victoria.
La magnifica pluma de Walsh relata el estupor del crimen; como su hija protegió a su beba en un placard para luego subir a la azotea de su casa y gritar ante ciento cincuenta soldados que ellos no la mataban, ella elegía morir.
Esa Vicky de año y medio se mixtura con la Victoria de Viviana Saccone y el tiempo vuelve a pertenecerle a los ausentes. La ficción venga la perdida y el horror, desanda el camino del perdón, el punto final, el indulto y las prisiones domiciliarias. Deposita cada noche en todos los televisores la memoria y la vida.
Es por eso que esta vez es el turno de los muertos, de los desaparecidos. No importa cuantas marchas de desagravio, ni cuantas veces se esgrima la excusa de una guerra imposible entre quien tiene el poder de Estado y los que solo están en la calle a merced de sus propios dirigentes que pasaron a la clandestinidad y continuaron la lucha sin velar por ellos.
La batalla por la memoria se gana todas las noches, escena por escena, punto por punto, persona por persona, creando dudas, discusiones y remembranzas de la noche más larga de nuestra historia. La noche que nos dejo solos: Hasta que llego el amanecer de la venganza.

miércoles, septiembre 13, 2006

REFLEXIONES DE UN DESTINO REDENTOR





El trato había sido simple: cinco mil pesos por una bala. Los detalles se venían arreglando desde hacia meses; la victima era un joven activista sindical que estaba causando demasiados problemas a la patronal de una metalúrgica. No le interesaban los nombres, su trabajo era simple, actuar, cobrar y desaparecer. Los nombres y las señas, eran peligrosas piezas de un rompecabezas que no le correspondía armar.
Miro el reloj, mientras se apoyaba con cansancio sobre la barra del bar. Pidió una ginebra y a través de la ventana contemplo, las luces de la calle mecerse con el viento como péndulos de oro puro colgando del aparador de una joyería. Sintió el ardor de la ginebra descender, lentamente por su garganta, y como otras tantas veces pretendió que su innegable presencia le infundiese coraje.
Esta ves no ocurrió.
Vio su propio reflejo sobre el espejo ubicado, detrás de la maquina registradora y las botellas multicolores de licor y reconoció en sus rasgos afilados y decolorados, la presencia del hastió. Tal vez de la culpa. Cerro los ojos y una espiral de recuerdos controlo sus pensamientos; sangre, lagrimas y pedidos de misericordia desentendidos, mezclándose con sus propias manos y sus propios actos.
Alguna ves pensó, que jamás se cansaría de su trabajo, que era uno igual a cualquiera. Pero por las noches, en el agudo silencio de la oscuridad, el sueño se volvió una compañía ausente que termino por sembrar en su alma la fatiga y la condena.
Ahora, estaba allí mirando su reflejo descomponerse en luces y sombras de agonía, muerte y responsabilidad. Ya no necesitaba el dinero, podía dar la vuelta y anular el trato, pero para su pesar era una persona de palabra.
Pago con un puñado desordenado de monedas y billetes, se puso de pie con convicción y observo a su gemelo invertido, en el espejo. Le propino un guiño y sonriendo con desdén amargo se dirigió a la cita.
Afuera, el cielo se había ennegrecido de tormenta, que no tardo en dehojarce, lentamente, sobre su rostro, como las delicadas caricias de una amante omnipresente. La espera era el peor de los transes, en todo momento, sentía posarse sobre sus hombros, la mirada inquisitiva del demonio que reía de su temor, y que con palabras adulatorias alimentaba el conjuro del valor.
El tiempo se detuvo en un repentino segundo de duda, luego retomo su marcha lentamente. Con un gesto de confianza saco el revolver de su cintura y visualizo al joven sindicalista entre un tumulto de personas. Levanto el brazo y fijo el blanco, por un instante, la presa y el cazador se miraron a los ojos.
Oprimió el gatillo mecánicamente, la bala surco el aire como un relámpago contenido en una tempestad de lentitud, y antes, de que el proyectil impactase, la culpa le obligo a cerrar los párpados.
Espero los gritos, los llantos aterrados, los sonidos desesperados del crimen pero solo escucho el silencio de sus pensamientos y los murmullos del arrepentimiento. Luego percibió un calor redentor volcándose sobre su frente como el agua bendita de los bautismos. Respiro profundamente y un dolor penetrante circuló a través de su cabeza como un incendio incontrolable.
Abrió los ojos lentamente, las tinieblas y los fulgores de la realidad, se reagruparon como los gajos inconscientes de un sueño. La confusión pobló sus últimos suspiros cuando frente a sí, vio su propia imagen sosteniendo un arma humeante.
Antes de que su cabeza, deshecha por el disparo, chocase con el piso agradeció la liberación de haberse convertido en la victima.