miércoles, septiembre 13, 2006

REFLEXIONES DE UN DESTINO REDENTOR





El trato había sido simple: cinco mil pesos por una bala. Los detalles se venían arreglando desde hacia meses; la victima era un joven activista sindical que estaba causando demasiados problemas a la patronal de una metalúrgica. No le interesaban los nombres, su trabajo era simple, actuar, cobrar y desaparecer. Los nombres y las señas, eran peligrosas piezas de un rompecabezas que no le correspondía armar.
Miro el reloj, mientras se apoyaba con cansancio sobre la barra del bar. Pidió una ginebra y a través de la ventana contemplo, las luces de la calle mecerse con el viento como péndulos de oro puro colgando del aparador de una joyería. Sintió el ardor de la ginebra descender, lentamente por su garganta, y como otras tantas veces pretendió que su innegable presencia le infundiese coraje.
Esta ves no ocurrió.
Vio su propio reflejo sobre el espejo ubicado, detrás de la maquina registradora y las botellas multicolores de licor y reconoció en sus rasgos afilados y decolorados, la presencia del hastió. Tal vez de la culpa. Cerro los ojos y una espiral de recuerdos controlo sus pensamientos; sangre, lagrimas y pedidos de misericordia desentendidos, mezclándose con sus propias manos y sus propios actos.
Alguna ves pensó, que jamás se cansaría de su trabajo, que era uno igual a cualquiera. Pero por las noches, en el agudo silencio de la oscuridad, el sueño se volvió una compañía ausente que termino por sembrar en su alma la fatiga y la condena.
Ahora, estaba allí mirando su reflejo descomponerse en luces y sombras de agonía, muerte y responsabilidad. Ya no necesitaba el dinero, podía dar la vuelta y anular el trato, pero para su pesar era una persona de palabra.
Pago con un puñado desordenado de monedas y billetes, se puso de pie con convicción y observo a su gemelo invertido, en el espejo. Le propino un guiño y sonriendo con desdén amargo se dirigió a la cita.
Afuera, el cielo se había ennegrecido de tormenta, que no tardo en dehojarce, lentamente, sobre su rostro, como las delicadas caricias de una amante omnipresente. La espera era el peor de los transes, en todo momento, sentía posarse sobre sus hombros, la mirada inquisitiva del demonio que reía de su temor, y que con palabras adulatorias alimentaba el conjuro del valor.
El tiempo se detuvo en un repentino segundo de duda, luego retomo su marcha lentamente. Con un gesto de confianza saco el revolver de su cintura y visualizo al joven sindicalista entre un tumulto de personas. Levanto el brazo y fijo el blanco, por un instante, la presa y el cazador se miraron a los ojos.
Oprimió el gatillo mecánicamente, la bala surco el aire como un relámpago contenido en una tempestad de lentitud, y antes, de que el proyectil impactase, la culpa le obligo a cerrar los párpados.
Espero los gritos, los llantos aterrados, los sonidos desesperados del crimen pero solo escucho el silencio de sus pensamientos y los murmullos del arrepentimiento. Luego percibió un calor redentor volcándose sobre su frente como el agua bendita de los bautismos. Respiro profundamente y un dolor penetrante circuló a través de su cabeza como un incendio incontrolable.
Abrió los ojos lentamente, las tinieblas y los fulgores de la realidad, se reagruparon como los gajos inconscientes de un sueño. La confusión pobló sus últimos suspiros cuando frente a sí, vio su propia imagen sosteniendo un arma humeante.
Antes de que su cabeza, deshecha por el disparo, chocase con el piso agradeció la liberación de haberse convertido en la victima.

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