sábado, febrero 22, 2014

La Trampa

El borrador había llegado esa mañana. La falta de trabajo y el aburrimiento se combinaron para que la lectura comenzara poco antes del mediodía. Al abrir el sobre tuvo una extraña sensación de incomodidad. La selección para el concurso había empezado solo un día antes y la rapidez con la que llego la obra era extrañamente inusual pero no fuera de los plazos del concurso.

Los primeros párrafos lo llevaron hacia los años cincuenta. Calles amplias de poco tráfico en donde los autos de envergadura circulaban escasos en la noche. Los hombres de sombrero perseguían las conversaciones en el humo de los cigarrillos y las mujeres se dejaban seducir por una creciente libertad mientras perdían sus pasos en las alfombras lujosas de los cines porteños.

Un peculiar olor a tinta se coló por el ambiente con tanta intensidad que lo hizo toser. Podía sentir la metálica presencia en el fondo de la garganta. Algo confundido empezó por abrir la ventana sin apartar la vista de la lectura. Estaba preso en los giros de una historia sencilla. Un hombre contrariado enamorado de una mujer fatal y casada.

Cada vuelta de página era el descenso por una escalera que lo sumergía más y más en palabras que emulaban los sentidos y en diálogos que imitaban pasiones.

No mucho más allá de la mitad de la lectura comprendió que la mujer jamás dejaría al poderoso esposo y que la temible decisión de quitarse la vida arrastraría consigo al protagonista. El momento se precipitó con el sopor de un sueño en el marco de una noche lluviosa con un tango sonando en el fondo de la habitación luego de discutir el amor y la desventura.

La mujer tomo un cuchillo y sin apartar la vista, con una valentía envidiable, corto su propio cuello como quien corre un velo y dejo caer la sangre y el arma, y la vista y su cuerpo. Tarde llegaron los brazos del amante que envolvieron el frio de la muerte entre lágrimas.

Al lector se le nubló la vista y las palabras en las hojas se volvieron ámbito y paisaje, fundiendo la realidad en la trama. Para cuando comprendió todo tenia las manos manchadas de sangre.

No necesitó y no pudo, ver quien había enviado el manuscrito. Poco importaba el autor o el motivo. Soltó el arma y deposito trémulo el cuerpo sobre el piso mientras el tango llegaba a su fin. Tambaleante salió de la casa y tropezó con un hombre corpulento que vio en sus ojos el miedo y en su ropa la huella del crimen.

Consiente de la trampa volvió a sentir el sabor metálico de la tinta en la boca mientras corria prófugo por la noche.

1 comentario:

ricardo dijo...

muy buen blog besos