jueves, marzo 22, 2007

CARTA A UN IMBECIL


Este texto de Arturo Pérez Reverte es del año 1994, pero tiene una vigencia absoluta. Que la emergencia vial sea prudencia vial.

Querido imbécil: No llegarás a comerte las próximas uvas, porque de
aquí a un año estarás muerto. Y cuando digo muerto quiero decir muerto
de verdad, criando malvas para los restos. No palmarás, te lo
comunico, de forma heroica, ni útil, ni siquiera natural. Habrás
fallecido estúpidamente, a ciento ochenta y en un cambio rasante, o
una curva, susto cuando pongas para ti mismo cara de duro de película
y metas gas, intrépido, jaleado por música imaginaria o real,
creyéndote el rey del mambo. Lo peor del asunto, discúlpame, no será
tu pellejo; que al fin y al cabo - salvo para ti mismo y algún
familiar- no valdrá gran cosa al precio a que lo vas a vender. Lo malo
es que te llevarás por delante, quizás, a gente que ningún interés
tiene en acompañarte en el viaje: amigos incautos, la familia que vaya
de vacaciones en el coche opuesto, el peatón, el camionero que trabaja
para ganarse la vida. Sería más práctico y más limpio, ya puestos a
eso, que acelerases hasta doscientos y te estamparas en bajorrelieve
contra una pared, que es un gesto más íntimo y considerado. Pero sé
que no lo harás así, por que en lo tuyo no hay voluntad de hacerte
pupita. Cuando llegue será de forma imprevista, y aún tendrás tiempo
de poner ojos de esto no me puede ocurrir a mi antes de romperte los
cuernos y quedarte, como dicen los clásicos, mirando a Triana para los
restos.
Llevo varios años viéndote pasar a mi lado por carreteras y autovías,
abonado el carril izquierdo, dándome las luces para que te deje, en el
acto, franco el paso. A veces te pegas a un palmo del parachoques
trasero, confiando siempre, ante mi posible frenada, en la sólida
mecánica de tu coche y en tus proverbiales reflejos y sangre fría. En
la intrepidez de tu golpe de vista y en el valor helado, sereno, que
tanta admiración despierta a tu alrededor y, en especial, en ti mismo.
Guapo. Machote. Que eres un virtuoso.
Mira, voy a confiarte un secreto. Somos tan frágiles que te temblarían
las manos si lo supieras. Todo cuanto tenemos, que parece tan sólido y
tan valioso y tan definitivo, se va al carajo en un soplo, en un
segundo, al menor descuido nuestro y al menor guiño del azar, la vida,
la condición humana. Basta un insecto, un virus, un trocito de metal
en forma de metralla o bala, una gota de agua o de aceite sobre el
asfalto, un estornudo, una cualquiera de esas bromas pesadas con las
que el Universo se complace en pasar el rato, y tú y todo lo que
tienes, y todo lo que representas, y todo lo que amas, y todo lo que
fuiste, lo que eres y lo que podrías haber sido, se va al diablo y
desaparece para siempre sin que vuelva nunca jamás. Así nos iremos
todos, claro. Pero unos se irán antes que otros. Y a ti, querido, te
toca en 1994 la papeleta. Claro que a lo mejor me mato yo antes. O a
lo mejor me matas tú. Pero yo sé que eso puede ocurrirme cualquier día
en cualquier sitio, porque mi condición es mortal. Mientras que a ti
ni siquiera se te ha pasado por la cabeza.
Lamento no poder comunicarte las circunstancias exactas en que
efectuarás -afortunadamente- tu último adelantamiento. Ignoro si tu
nombre quedará sepultado en las estadísticas de operaciones retorno,
puentes o fines de semana, o si merecerás tratamiento individual, tal
vez con foto de hierros y retorcidos pies asomando bajo una manta
-siempre se pierde un zapato, recuerda, no uses calcetines blancos- en
las páginas de un diario o, incluso, con suerte, en un informativo de
la tele. Pero las circunstancias de tu óbito me traen al fresco. Como
ya sabes que no suelo cortarme en esta página, diré que ni siquiera me
importas tú.
Hay quien afirma que toda la vida humana es sagrada, y puede que sea
cierto. Pero no resulta menos cierto que ya he visto desaparecer unas
cuantas vidas, y que algunas me parecen menos sagradas que otras. En
cuanto a la tuya, y me refiero a tu vida personal e intransferible
-salvo que creas en la reencarnación-, allá cada cual si quiere pagar
tan caro el dudoso placer de cabalgar a caballos de hojalata que
devoran a su jinete. Y no vengas con eso del amor al riesgo y el vivir
peligrosamente. Conozco a mucha gente que sabe perfectamente, de grado
o por fuerza, lo que es riesgo y la vida peligrosa. Gente que sí
merecen que derramen lágrimas por ella cuando le pican el billete, en
lugar de lamentar la desaparición de fulanos como tú; de tipos
incapaces de valorar la vida que poseen y que por eso la malgastan.
Qué sabes tú del riesgo, capullo. Y de la muerte. Y de la vida. Que
tengas buen viaje

No hay comentarios.: