Los hoteles de la ruta tiene esa suerte de parecer un purgatorio en la tierra. Amantes, errantes, vendedores, turistas y viajantes, todos provenientes de un mundo ajeno que solo quieren pasar la noche y pasar inadvertidos.
En el centro del salón, una radio de hermosas curvas era la vedette del hall ambientado con la clase y austeridad que solo los años cincuenta podían brindar a un establecimiento recién abierto y adherente a la vitalidad económica del régimen peronista.
Aquella noche en especial estaban presentes los constructores de la zona, una rara mezcla de inversionistas y propietarios de campos que celebraban el término de un barrio a las afueras. Dos extranjeros parecían asilados del resto. Sentados al fondo del salón, escuchaban un vals que les recordaba a Europa.
Uno de ellos rubio y corpulento tenía los parpados cerrados y un vaso de whisky que movía al compás recordando los tiempos en que su padre le contaba leyendas germanas antes de dormir. El otro era delgado, mas bajo y aparentemente mas Joven, su cabello oscuro no desentonaba en nada con los ojos verdes que había heredado de su madre irlandesa.
La noche fue avanzando a medida que el salón se fue vaciando. El rubio con un castellano fractal, que marcaba demasiado las consonantes, no había dejado de llenar su vaso. El más joven escuchaba mucho mas de lo que hablaba, era algo tímido pero era más bien el recelo el que guiaba sus actos.
-Irlandés. No tomas más. Te hacia mas duro.
-Estoy cansado.
No había gentileza entre los dos solo una tirante cortesía producto de los negocios y las sociedades, tan fluctuantes como relativas. El irlandés se levanto lentamente, cinco copas habían sido demasiado.El rubio lo siguió de cerca.
-Irlandés, somos compañeros de cuarto. Espérame
Ambos hombres caminaron por el pasillo riendo de alguna estupidez pronunciada a las horas del alcohol.
La habitación del hotel olía a humedad y sus paredes amarillas parecían extraños cuadros de sepia estirados para cubrir muros opacos. Un cuadro de pescadores, dos mesas de luz y una lámpara de veinticinco watts, sin cobertura, eran los únicos mueblas posibles en aquella austeridad que tiraba a miserable.
El dueño había prometido cubrir la lamparita pero por la única noche que los extranjeros pasarían en allí, no le pareció importante hacerlo.
El rubio se tambaleo hasta la ventana y la abrió con más fuerza que presición. A estas alturas en su vista los contornos de las cosas se duplicaban o triplicaban con una velocidad impresionante. Se volvió hacia su compañero y le ofreció un cigarrillo.
-Un irlandés con pocos vicios. Sos raro.
El joven se acostó con la ropa puesta, solo quedan unas horas de noche y no quería provocar una pelea con el socio del que se libraría al día siguiente. La lámpara del techo comenzó a oscilar producto de la brisa y el rubio se desplomó sobre la cama para no caer en el piso.
-Irlandes?. Queres ver algo?
El joven se volvió sin ganas comprimiendo las ganas de decirle su nombre para que dejara de llamarlo por su sangre. El rubio se quito el saco y se desabrocho la camisa. Un torso pálido pero robusto se reflejo bajo la oscilante luz. Tensó los músculos del brazo izquierdo y su mirada se elevo con orgullo y malicia.
El joven tuvo que enfocar su vista sobre el tatuaje, como quien intenta ver un pez en un lago sucio. De pronto dos letras se formaron en la piel del rubio: SS.
-El pasado, Irlandés. Que te parece?
El joven se estremeció de horror y sorpresa. Se le trabo la mandíbula y apenas pudo pronunciar un “me parece bien”. El rubio hablo quebrando aun más el español, destrozando con asco un idioma que le sonaba inferior.
-Pero tengo pasaporte judío. Que me decís?
-Te escondes?-. Dijo el joven con una inesperada osadía de la que se arrepintió al segundo en que las palabras abandonaban su boca. El rubio lo miro pro primera vez en la noche, con una mezcla de odio y superioridad.
-Todos se esconden de algo, Irlandés. Yo me cuido. El rubio trato prender un habano que había sobre la mesa de luz pero sus reflejos entorpecidos por la bebida lo hicieron abandonar el intento.
-Si te contara. Irlandés. Si supieras lo que es la gloria…
El rubio oficial de
El irlandés tenia la piel erizada y lo poco que había tomado aquella noche se había diluido en su sangre a causa de la adrenalina del miedo y e estupor. A su lado, al alcance de la mano, estaba un hombre que habría matado cientos, o no pero que sentía orgullo malsano de una gloria que no le pertenecía. Lo imaginó manejando un campo, como manejaba ahora su compañía, con ordenes de hierro y brutales insultos a la insurrección o el equivoco.
El irlandés pensó en levantarse, casi imagino como podría hacerlo. Simplemente con la almohada. Aquel alcoholizado y decadente residuo del horror dormía al punto del coma, la delicada pero fuerte presencia de una almohada sobre su boca lo mataría rápidamente. No podría luchar.
El irlandés volvió a apoyar la cabeza en la almohada y la luz hipnótica del techo lo distrajo del homicidio hasta que el amanecer entro por la ventana y, sin despedidas, tomo su valija y partió del pueblo.
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