miércoles, enero 24, 2007

DIEZ AÑOS SIN SORIANO (Un Cuento como homenaje)

DOS ESCRITORES AUSENTES

El periodista pensó lo mucho que aquel lugar le recordaba al exilio. Con pocos amigos y muchos recuerdos. Rodeado de las pocas cosas que pudo preparar para el viaje; junto a la máquina de escribir, esclava incondicional de sus caprichos creativos, estaba la foto de su hijo, custodiada por el recuerdo cálido de los ojos de su esposa y la compañía melancólica del gato siamés que dejó en Buenos Aires.

Pero no, aquel lugar jamás se parecería al exilio. Del exilio siempre se vuelve, acabados los mediocres gobiernos dotados de habilidades persecutorias, o las persecuciones propias, uno siempre volvía. De aquel lugar no. Apretó los puños y como un impulso inherente, quiso prender un cigarrillo mientras recordaba a su hijo. Su sonrisa, sus abrazos, la primera camiseta de San Lorenzo. De su esposa los recuerdos le arribaban como sensaciones, distintos tonos de calor, los labios en un beso, las manos durante el amor y la mañana después del amor.

Con cada recuerdo la melancolía le vaciaba el alma. Pero lo reconfortó lo que varias veces le habían dicho: aquel lugar, pese a su maldita distancia con Buenos Aires, tenía la facultad inédita de hacer volar el tiempo. Le contaron que los días parecían horas, los meses días y los años meses. Al principio fue escéptico pero luego lo experimentó. Y comprendió que todas las conferencias que daba Einstein acerca del peculiar fenómeno estaban plenamente justificadas.

Mientras observaba la fina lluvia que comenzaba a caer, confiado que el tiempo más temprano que tarde le devolvería a su familia, escuchó un leve golpe en la ventana. Sonrió al reconocer el contorno de las orejas de uno de sus gatos. Seguramente hambriento luego de una noche de placeres inconfesables. Corrió los cristales y el felino entró contoneándose, haciendo las exigencias de siempre; leche para el hambre y caricias para el cuerpo. Mientras la oscuridad de la tormenta se apoderaba de la tarde, el gato comía displicente y al ritual sumaban los otros inquilinos gatunos que habitaban la casa. Aquellos del pasado, de los que casi no recordaba ni travesuras ni nombres.

Con los ojos perdidos entre la fastuosidad del lugar mirado a través de la ventana semi empañada, sonaron en su cabeza los versos de Borges: “ Y la ciudad, ahora, es como un plano/ De mis humillaciones y fracasos/ Desde esa puerta he visto los ocasos.../ Aquí mi sombra en la no menos vana/ Sombra final se perderá, ligera./ No nos une el amor sino el espanto/ Será por eso que la quiero tanto.”

La voracidad de los gatos llegaba a su fin cuando la llovizna se hizo temporal. Espío la casa vecina. Los dos viejos sentados en el porche estaban discutiendo como siempre. Esta ves por una flor en un partido de truco.

- Pocho usted es un viejo zorro.

Decía uno consternado ante una fatal flor que le ganaba el partido. .

- Es suerte, Chino. La próxima sepa mentir mejor.

Le replicaba el otro un pícaro.

El periodista los espiaba cada vez con menos sorpresa. El tiempo le hizo ver las cosas más increíbles con la cotidianeidad más común. Al distraer la vista de las discusiones vecinas vio entre la copiosa tormenta la figura de un hombre que transitaba apresuradamente el camino, en dirección a su casa. El hombre cubierto con un impermeable negro, de las orejas a los pies, palmeó con fuerza frente a la puerta.

- Diga.- Dijo el periodista, asomándose a la puerta a la que rara vez cerraba con llave.

- Buenas tardes, señor- dijo el hombre mostrando una prominente dentadura que parecía robada al baluarte actoral del caballo Mister Ed- le piden del diario que vaya a esta dirección.- Y le extendió un papel doblado en cuatro, con la caligrafía inconfundible del editor.

- Gracias. Dígale que voy para allá.- Dijo el periodista mientras cerraba la puerta.

Lo escueto de la misiva le pareció gracioso pero Rodolfo era así no le agradaba dar demasiados detalles de nada. Trajo esa costumbre de su paso por la Argentina de los años de plomo y las treinta mil operaciones masacres que azotaron su suelo. El terror lo había vuelto desconfiado

Guardo el papel en un bolsillo mientras invitaba al resto de los gatos a entrar y con prisa se puso el impermeable y a la manera de los detectives de Chandler se calzó un sombrero ladeado.

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La casa que correspondía a la dirección del papel era igual a las demás de acuerdo con las reglas del lugar. Estaba rodeada de una faja blanca sin inscripción y un cordón de seis guardias custodiaba la entrada. Entre la curiosidad y la rutina, sacó el carnet del diario y lo exhibió ante uno de los guardias que sonrió nostálgico reprimiendo un “Leí todo lo que escribió “ y lo dejó pasar como quien deja pasar el último tren a la casa de la novia.

En el interior no había un solo lugar vacío. Cúmulos de libros apilados en desorden desbordaban los rincones y parecían trincheras literarias que el propietario había diseñado estratégicamente. Debajo del escritorio, sobre la heladera, de todos los ángulos asomaban los lomos de las obras mas importantes de la historia; “La Iliada “, “Ulises “ , Hojas de hierba “ y tantos otros. El periodista se sentía perdido en el paraíso, con una infinidad de placeres al alcance de la mano.

Un hombre extremadamente pálido, de ojos hundidos y rasgos duros, miraba consternado a su alrededor, y daba órdenes a un grupo de personas que se movilizaban como hormigas obreras en una torta azucarada.

- Disculpe - Dijo el reportero acercándose al hombre pálido mientras exhibía su carnet- soy del diario... El hombre pálido lo miro con desdén y deslizó un “No tengo nada que decir

- Pero...al menos, dígame de quien es la casa?.- Replicó el periodista.

- Esperaba más de usted debería estar mejor informado.- El cronista lo miraba perplejo. El blanquecino oficial se miro las uñas al hablar.

- Borges un escritor y Argentino como usted.- Dijo sin ocultar el tono burlón.

El periodista sintió que el corazón se le congelaba en el pecho, volvió sobre los versos que recordó aquella mañana, y su mente comenzó a hacerse las mismas preguntas que atravesaban la cabeza del hombre pálido que no pensaba decir nada y sin más decidió salir de la casa a tomar aire. Cruzó el umbral y la lluvia era un diluvio. El oficial que había reprimido el saludo juntó valor y lo tomó del brazo, rompiendo el trance de sus pensamientos.

- Leí...todos s...sus...todo lo que escribió...me gustó mucho todo.- Dijo el joven y bajó la mirada con una mezcla de vergüenza y nostalgia.

- Gra...Gracias.- Dijo sorprendido el periodista, entrecerrando los ojos, y acercándose para fijar la vista, miró con dificultad el cartel de identificación que exhibía, prendido al saco - Juan - preguntó el reportero - sabes qué le pasó a Borges?.- El joven se quedó de una pieza y pensó unos incómodos segundos antes de contestar.

- En realidad...no…No se sabe que le pasó…es que...desapareció esta mañana- dijo el joven a modo de confidencia y acercándose aseguró- y usted sabe que nadie desaparece en este lugar.

Al periodista lo recorrió un escalofrío y volvió a entrar en la casa dejando un afectuoso “gracias de modo reflejo al joven oficial.

- Usted no se resigna?.- Espetó el hombre pálido al ver que volvía a entrar. Sumido en una espiral de pensamientos solo atinó a contestar un seco “no“.

La divina comedia“, “El banquete“, Arlt, Sófocles, Carriego, Sartre, Tolstoi, Sarmiento, Lugones. El periodista recorrió los lomos de los libros con el interés de un especialista, y con una confianza desmedida en sus dotes detectivescas, adquiridas quien sabe cómo, esperaba ver algo que el pálido y sus hormigas no hubiesen visto. Aún no sabía bien por qué miraba los libros, tal vez porque mientras lo hacía su cabeza se dedicaba a tejer conjeturas.

- Cierren la puerta del patio...nos congelamos.- Ordenó el hombre blanco y al instante uno de sus súbditos sin rostro cerró la puerta.

El cronista desvió la mirada. El día había amanecido frío y lluvioso, "¿Por que dejaría abierta la puerta que daba frente al escritorio?", pensó el reportero. Se acercó al sillón que asomaba detrás del escritorio y notó que se encontraba corrido.

-Veo que lo subestimé, es ese el último lugar donde estuvo y sí, salió por la puerta del jardín.- Dijo el pálido.

El periodista se acercó a la puerta que comunicaba la sala con el modesto jardín. También

estaba flanqueada por una pila de libros que le llegaba a la rodilla. Leyó los lomos sin demasiada atención pero uno... Era raro. Era el primero en la endeble torre. Era una Biblia de anticuario que seguro guardaba dentro ilustraciones idílicas del Jesús del amor y terroríficos dibujos de la ira de Dios en el Apocalipsis.

Nunca nadie le había parecido tan poco atraído por las creencias religiosas como Borges. Abrió la Biblia con curiosidad y descubrió, perdidas entre milagros y parábolas, anotaciones en papeles que tenían fechas recientes. No conocía su letra pero podía apostar que era la de Borges.

Nunca había robado más que unos caramelos cuando era chico o algunas flores de jardines vecinos para la novia de la adolescencia. Pero fue reflejo: Escondió entre los pliegues del impermeable la historia del pueblo hebreo-cristiano. Sin palabras y con el corazón palpitando con fuerza salió de la casa en dirección a la suya. No miró al hombre pálido ni las a hormigas, saludó al pasar a Juan en la puerta y se interno en la lluvia para no volver.

Caminaba presuroso tropezando con cosas inexistentes. Pese a todo aquel lugar no había hecho desaparecer el instinto de la primicia y la curiosidad del periodista. El ardor de vergüenza y el temor se le agolpaba en las sienes. Pocas veces se dio vuelta durante el trayecto y al hacerlo miraba con el rabillo de los ojos y no dejaba de apretar la Biblia entre los pliegues del impermeable.

“El Che” lo saludo desde su ventana y lo invito con un ron. Levanto apenas la mano y dejo la copa para otra tarde. A lo lejos la figura solitaria de Stan Laurel le dio ganas de detener la marcha y poder darle una palmada de aliento ante su inevitable tristeza. Pero no podía hacerlo. Pasó raudo frente a la casa de los vecinos y a lo lejos escuchó cómo “el Pocho” y “el Chino” discutían acerca de las propiedades del ajo y luego reían enfervorizados al recordar ciertos alientos políticos de la Argentina que conocieron.

Ansioso por armar el rompecabezas epistolar que llevaba entre los pliegues del impermeable llegó a la casa y cerró la puerta tras de sí. Apoyándose contra el picaporte por primera vez le echo llave. Los gatos apostados en cualquier rincón se aventuraron a escapar del agua de lluvia contenida en el su ropa. Tiritando de frío dejó la Biblia junto a la maquina de escribir. Los gatos volvieron a pedir comida y como otras tantas veces no los complació.

Dispersó las cartas sobre la mesa como los reyes de un solitario y comenzó una lectura lenta y detallada de cada una. En ellas Borges se debatía entre la nostalgia por la vida que había dejado y la fascinación por el laberinto físico de aquel lugar.

"...aquí arriban a mí personas que ya había olvidado y recuerdos que no recuerdo, como prodigios espectaculares de una magia milenaria. Desprovistos de tacto y educación se sientan en mi mesa amigos y enemigos, conocidos y desconocidos, haciendo de este lugar una pesadilla o un sueño que a veces creo me acontece en alguna noche de París o Buenos Aires, y de la que espero despertar convencido de la naturaleza onírica de este país que todavía no me convence de su existencia.”

"...entre las páginas de este libro, que compré en esos momentos en que el hombre se ve la a través del ojo inquisitivo de la duda, encontré los muros de este universo y preso de mi vicio hacia los acertijos, me sumergí en la resolución de este...

Quiso el destino que las gotas de lluvia chorreando del sombrero cayeran sobre las hojas. Por un segundo recordó que alguien le había dicho que en aquel lugar nada pasaba por casualidad. La tinta se empezó a diluir en segundos y el periodista levanto el papel para sacudirlo mientras se maldecía por el descuido arrojando al otro lado de la habitación el capote perverso. Trato de continuar la lectura pero una parte fundamental, que parecía ser un cálculo había quedado arruinado para siempre.

…hallé la salida. Me iré como vine y volveré de donde vine. Para percibirlo todo, recordar aquello que vea. Sintetizarlo escribir con ello miles de cuentos o ensayos pero seré obligado eternamente a compartirlo con el Hacedor. Podré estar en cualquier ciudad del mundo, de aquellas de las que me fui, de las otras a las que no quise volver y a las que anhelo como un niño. Pero solo seré nada. Seré prisionero del tiempo. Un fantasma de puro olvido“.

El periodista sintió un frío repentino en la espalda y maldijo a la lluvia por borrar el secreto de la fuga. Pero recordó las palabras de Borges en las cuales enfrentaba la idea de vagar por donde sea convertido en fantasma. En olvido. En ser para sí mismo y para el Hacedor. El Hacedor era el dueño de aquel lugar, de los días de sol y los días de lluvia. El Hacedor era el universo.

Guardó las cartas en un cajón como si fueran un tesoro y con un dejo de nostalgia y complicidad comenzó a escribir el artículo para el diario.

"...del Borges de los libros no se sabía casi nada. Aquello que sintió, lo que creyó religiosa y políticamente lo fue ocultando tras el inefable humor inglés que lo caracterizó. Del Borges de este lugar, no se sabe más que su ausencia. De aquí, de donde nadie se va y nadie se escapa él se fue. Como tuvo que hacerlo de Bs. As. Pero a lo mejor está en alguna esquina de Uqbar, hablando con el otro Borges, recostado en el Aleph, contando las mejores Ficciones mientras hace girar en sus dedos el zair inolvidable. Porque él jamás será olvido “.

Comenzaba a caer la noche prendió un cigarro de los que le invitaba “el Che”, esos que ya no le hacían mal y sintió el peso de la nostalgia como el sopor de un sueño. Se apoyo en el escritorio y en medio de la niebla del tabaco cerro un pacto de silencio y soledad con el Borges ausente. Firmo el artículo con su nombre: Osvaldo Soriano.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bravo!!!! otra vez me cautivó y atrapó leerte...

me encantó.
besos!!