viernes, septiembre 28, 2007

PERSONAS Y PERSONAJES (II)


(Segunda Parte)

Ramírez miró la habitación del hotel con una mezcla de estupor y desconfianza. El dueño del lugar había jurado que una mujer rubia (“como la de la tele”), se había hospedado tres noches sin salir del cuarto.

-Gracia. Me gustaría mirar un poco. Dijo y sin pensarlo demasiado pago el equivalente a dos días para quedarse solo.

La cama desecha, un par de botellas en el piso y las espectrales apariciones de sus propias noches se volvían las de Mia. Se confundían sus recuerdos con los movimientos erráticos de la actriz. Se paro frente a la puerta del baño recordando con tristeza, que ese era el lugar en donde todo el tiempo terminaba prometiéndose nunca mas volver a hacerlo.

Un par de frascos vacíos estaban en el tacho de basura y un paquete de tintura oscura usado le dieron los pocos indicios que necesitaba para saber que Mia no pensaba volver de allí a donde fuese.

Mia se volvió Carla. Trató de mezclarse con un grupo de turistas pero su presencia etérea desentonaba con el jolgorio de aquellos que veían por primera vez las cierras. De todas formas, estaban demasiado ocupados en comprender el funcionamiento de las cámaras digitales como para verla o siquiera reconocerla.

Se hospedó en un hotel de tres cuartos y pidió cenar en su habitación.

Tiró sobre la cama la botella tapada y cinco folletos de la ciudad. Abrió las ventanas y pudo ver como la naturaleza, ajena a su pasado y su calvario, le brindaba el más lindo atardecer que había visto en su vida.

Destapo la botella con la comida. El sabor era extraño con el correr del tiempo y la ausencia de las pastillas. No tomó mucho, pero si terminó el plato y estuvo tentada de llamar por un postre. En cambio se recostó sobre las sábanas limpias y leyó los folletos sin demasiado interés.

Sus ojos penetrantemente azules se detuvieron sobre la palabra “Infierno”.

Ramírez bajó del auto con la intuición perforándole la boca del estomago. La sensación de proximidad con la noticia, o con la presa, le hacia temblar las piernas. Algo en su dramática vida de fracaso y redención le hacia sentirse a fin a Mia. Cercano. Casi su sombra. Su revés o su alma.

Mientras caminaba por las calles del pueblo, en medio del silencio de la noche, pensó en Mia como mujer. Como objeto de admiración y deseo. Casi al borde de la lujuria sus pensamientos vagaron por su forma lejana de estrella rutilante. Y no sintió pudor al imaginarla sobre su piel o al adivinar el sabor de su boca. Trago saliva y busco en vano los caramelos que se le habían acabado hacia quince kilómetros.

Paró en un almacén y pidió un paquete de caramelos. Solo tenían sin azúcar y de menta pero no le importó. Pagó sin cambio y los ojos del vendedor taladraron los suyos con el odio cotidiano de tener que buscar más dinero en el interior del negocio. Pidió disculpas automáticamente, aunque fuera inútil.

Sobre el mostrador había unos folletos turísticos que ojeo mientras esperaba la vuelta del dinero y los reproches. Sus ojos azules, como los de Mia, como los de Carla, se fijaron en la palabra “Infierno”.

Ramírez salió del almacén sin esperar el vuelto y con la certeza pisándole los talones.

Carla estiró sus dedos y sintió el tosco tallado sobre la madera inerte de la puerta, que rodeada de restos calcinados, asemejaba a una lápida. Sintió frió y se llevo instintivamente los brazos alrededor del cuerpo.

-Estuviste ahí también?.

Carla se volvió con sorpresa pero el delgado y algo rubio hombre que pelaba un caramelo no le infundió temor.

-En el infierno?. Repregunto con una mueca torcida mezcla de seducción y desprecio.

Ramírez asintió acercándose no por instinto periodístico, o de cazador, sino por simple atracción humana. Por simple deseo.

-Es solo una palabra. Dijo Carla volviéndose hacia la puerta.

-Dicen que fue un hotel construido por los nazis. Con oro del holocausto. Se incendió sin explicación y solo queda en pie esa puerta y esa inscripción. Dijo Ramírez a centímetros del espectral cuerpo de Carla.

-El infierno siempre queda en pie por sobre las ruinas-. Susurro Carla y al volverse estuvo frente a Ramírez y supo de inmediato quien era. Dio varios pasos hacia atrás.

-No voy a volver.

-Vine a encontrarte.

-Y después?. Pregunto Carla con la voz quebrada de miedo.

Ramírez se encogió de hombros y miro el cielo de las sierras. Bajo la mirada y le sonrió.

-Hace mucho tiempo que no tomo algo con una mujer.

Carla sonrió sinceramente proyectando una especie de magnetismo que gravitó hacia si a Ramírez. Se disculpo con la timidez y se quedó pensando en que aquellos ojos podrían llevarlo de vuelta al perdición o redimirlo para siempre. Salvarse como amantes o perderse en el olvido. Recordó que él no era el personaje de una novela policial que se lee a las tres de la madrugada para tratar de conciliar el sueño. Aunque, tal vez esa noche, lograse besar a una estrella a las puertas del infierno.

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